miércoles, 27 de junio de 2012

Adolescentes

Hoy he tenido una charla con mi quinceañero preferido.

Inconscientemente, he seguido el método que indicaban los expertos cuando mis hijos eran chicos: ponerme físicamente a su altura. Afortunadamente, él estaba sentado en el suelo, porque si hubiera estado de pie me habría tenido que subir a un taburete y habría sido un poco incómodo. Pero, allí, sentados los dos en el suelo de su habitación, la charla ha tenido muy buen rollito.

Y eso que empezó muy mal. Él se queja de que su hermana doceañera está muy mimada. Claro, que la susodicha doceañera se queja de que el quinceañero es "el niño bueno al que se perdona todo". Vamos, que esto a mí me deja claro que ambos se equivocan, pero a ver cómo se lo explico a ellos.

Afortunadamente, cuando las hormonas les permiten razonar, ambos son muy razonables. Lo malo es, que tienen los dos las hormonas en plena efervescencia, con lo cual, los ratitos razonables son escasos. Si a esto le añadimos la espada de Damócles que pesa sobre mi cabeza con la forma de la puñetera frasecita "me voy a vivir con mi padre", la cosa se complica mucho.

El "me habéis amargado la vida con lo del divorcio" añadido a las frases habituales de un adolescente: "soy el único al que no le dejan", "todos tienen más paga que yo"...  me hace sentir que esto de ser madre me viene muy grande. No sé cómo lo habrán hecho el resto de las madres de adolescentes del mundo, pero yo sé que yo lo estoy haciendo fatal.

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